‘’Si
quieres cambiar empieza por reconocerlo’’.
Esa
frase quedó marcada en mi cabeza desde entonces. ‘’Empieza por reconocerlo’’…
Y ahora que se ve un poco de luz, ahora que todo está un poco más claro que
antes, aunque repito, solo un poco, tengo el valor de admitir que fue por mi
culpa. Y lo siento. Fueron mis ganas de comerme el mundo, la superioridad que
por aquel entonces me pertenecía, la facilidad de aquellos tiempos, lo bien que
se veía todo…
El problema era que todo lo veía tan fácil que me parecía aburrido. Sí, aburrido es
la palabra. Necesitaba un cambio, necesitaba sentimientos nuevos, otra fuente
de distracción. Y entonces, me adentré en el infierno.
Aunque
cierto es, que si alguien me hubiese advertido la forma en la que se torcería
todo hubiese seguido igual. Pero el error no fue ese, el error fue que nunca
encontré el freno, fue que no supe donde estaban los límites y que me dejé
llevar sin saber decir ‘’no’’. ¿Quién
habría sabido en su momento que todo cambiaría tan repentinamente? Nadie.
Siempre creí tener el poder suficiente para decidir y cuidarme por mi misma,
pero esta vez no. Y no, no pude. El mar en el que me había adentrado me estaba
ahogando. Y en situaciones a sí, ¿quién reacciona con algo de cordura?... aunque
eso no importaba. El error estuvo en creer que podía salir inmune. Y por esa
misma razón, porque no sentía el dolor de los golpes de donde caía, me perdí en
un círculo vicioso. En una rutina ciega y oscura, que cuando apareció la luz la
salida se veía perdida.
‘’No
importa la forma en la que la cague, el pasado sigue a mi lado’’,-pensaba, y
poco a poco era más complicado opinar de cualquier asunto puesto que había caído
en una monotonía constante. No era la misma risa, ni la misma voz la que me
acompañaba cada día y por supuesto no eran los mismos pensamientos. Tuve que
cambiar, madurar por la fuerza. Y a sí lo hice.
Los
días seguían su curso, daba igual si era domingo o viernes, la monotonía me
atrapaba igual. Era como una puta a la que no le importaba el daño que causara,
ella solo se preocupaba en joderme y yo como una borracha en seguir bebiendo,
en seguir autodestruyéndome. Poco a poco no sentía ni padecía. Tenía los ojos más
grises que de costumbre y la mirada cansada.
Hasta
que admití que mi vida estaba en ruinas. Empecé a fumar más de lo normal solo
para fundirme en mis pensamientos; sabía que me jodía la vida, pero quería
tener otra razón prioritaria para el suicidio, otra razón que no fuera la misma
de siempre.
Asumo
las culpas por que sé que podría haber disminuido el dolor de la caída si lo
hubiese querido a tiempo. Pero no. Me tiré de cabeza, y sin cabeza. Pensé que
cruzar esa línea significaría el fin de mi conciencia. Días vividos en ese
purgatorio y sentimiento de culpa por haber perdido el rumbo.
Y
entonces comprendí bien aquella frase de Charles Chaplin,: ‘’Ríe y el mundo
entero reirá contigo, llora y el mundo entero te dará la espalda’’. Hacía ver a
los demás que estaba rota, que daba todo por unos labios que me curaran del
duro frío del invierno, pero, no. Nada. El mundo seguía exactamente igual y las
personas que lo habitaban seguían su respectivo camino hacia la felicidad. Amanecía,
hacía sol; anochecía, se perdía el sol. No había cambiado absolutamente nada en
aproximadamente esas 9528 horas desde que todo comenzó. Recuerdo que la soledad
me dio de hostias y me hizo ver que tenía que tomar medidas, que tenía que
tomar distancia y apartarme del pasado. Lo único en lo que me podía refugiar,
mis recuerdos… Tenía que apartarme de ellos y empezar a construir un nuevo futuro con
otra clase de ladrillos. Aunque el problema era que no podía, o que no quería,
aún no lo sé.
Empecé aclarando que no sé decir ‘’no’’, o que
por lo menos, no sabía. Aprendí como se aprende todo en la vida; fingiendo
sonrisas, fingiendo ser fuerte, y dejando de intentar dar pena, aunque las
noches se compusieran de humo en modo ‘’sumaka’’ y lágrimas en modo almohada.
Mi
corazón explotó. El mundo decidió rematarme haciendo todo lo contrario a lo que me proponía.
Por ejemplo, si un día quería estar bien, las circunstancias me arrebataban la
sonrisa. Caminar se convirtió en estancarse en el mismo puto punto de siempre. En
otras palabras era dar un paso hacia delante y dos hacia atrás. No os imagináis la manera en la que extrañaba la libertad...
Y
tuve que negarme a esa puta rutina. Tuve que marcar otro rumbo, aunque esta vez
había comprendido que me costaría más tiempo del que imaginaba. Tuve que dar la
espalda a esos ojos fijos y tan puto dolorosos. Tuve que borrar el pasado,
soltarme de su mano, perderme y no querer volver a verle nunca más. Por
supuesto, estaba rota. Fingía ser feliz cada día, en el instituto, en mi casa,
con mis padres, con mis amigos, pero cada noche se basaba en un pensamiento
constante: ‘’un día más es un día menos’’. Ya no sabía si quiera lo que esperaba,
¿un día menos para qué?, ¿para la felicidad?... El caso era que necesitaba
soluciones, de donde fueran.
[…]
Y
comprendí que tus labios eran una condena, que tu pelo negro era como una noche
sin estrellas, que tus ojos eran un espejo donde podía ver reflejado mi dolor y tu nombre, antagonismo de
olvido.
Es
irónico, que cuando por fin después de tanto dolor y de dejar de pensar tanto
en lo mismo fuese cuando un rayito de sol alumbrara la cueva de la vergüenza en
la que me había refugiado tanto tiempo. No lo esperaba, justo cuando había
dejado de buscar… Lo que sí que recuerdo es que fue un cuatro, a lo mejor
martes. La luz iluminó una caja en la que con letras marrones estaba escrito: ‘’memories’’.
Quizás eran los últimos recuerdos que quedaban del pasado. Me habría gustado
tenerte en frente en ese momento para recordarte lo rápido que pasa el tiempo y
para que te dieras cuenta de como han cambiado las cosas, pero no era posible. Junto
a la caja también había un mechero. Preferí quemar las fotos que se hallaban a guardarlas y que pasaran tal vez unos tres o
cuatro años hasta que las volviera a encontrar.
Al quemar la última foto me vino un momento de
lucidez:
Me
di cuenta de que no había sido culpa tuya, para nada, sino más bien mía, que
cuando tuve miedo solo fue por miedo a lo desconocido, por miedo a la derrota y
que ese mismo miedo fue el que me hizo perder lo que más quería. Y que si algún
día el futuro quisiera que nos volviéramos a encontrar, sé que solo sería para
pedirte perdón y sobre todo para perdonarme a mi misma.
Cuando
las cenizas hubieron desaparecido… lo entendí: El futuro había comenzado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario