domingo, 2 de diciembre de 2012

Bienvenido a mi rutina.


‘’Si quieres cambiar empieza por reconocerlo’’.
Esa frase  quedó marcada en mi cabeza desde entonces. ‘’Empieza por reconocerlo’’… Y ahora que se ve un poco de luz, ahora que todo está un poco más claro que antes, aunque repito, solo un poco, tengo el valor de admitir que fue por mi culpa. Y lo siento. Fueron mis ganas de comerme el mundo, la superioridad que por aquel entonces me pertenecía, la facilidad de aquellos tiempos, lo bien que se veía todo…
 El problema era que todo lo veía tan fácil que me parecía aburrido. Sí, aburrido es la palabra. Necesitaba un cambio, necesitaba sentimientos nuevos, otra fuente de distracción. Y entonces, me adentré en el infierno.
Aunque cierto es, que si alguien me hubiese advertido la forma en la que se torcería todo hubiese seguido igual. Pero el error no fue ese, el error fue que nunca encontré el freno, fue que no supe donde estaban los límites y que me dejé llevar sin saber decir ‘’no’’.  ¿Quién habría sabido en su momento que todo cambiaría tan repentinamente? Nadie. Siempre creí tener el poder suficiente para decidir y cuidarme por mi misma, pero esta vez no. Y no, no pude. El mar en el que me había adentrado me estaba ahogando. Y en situaciones a sí, ¿quién reacciona con algo de cordura?... aunque eso no importaba. El error estuvo en creer que podía salir inmune. Y por esa misma razón, porque no sentía el dolor de los golpes de donde caía, me perdí en un círculo vicioso. En una rutina ciega y oscura, que cuando apareció la luz la salida se veía perdida.
‘’No importa la forma en la que la cague, el pasado sigue a mi lado’’,-pensaba, y poco a poco era más complicado opinar de cualquier asunto puesto que había caído en una monotonía constante. No era la misma risa, ni la misma voz la que me acompañaba cada día y por supuesto no eran los mismos pensamientos. Tuve que cambiar, madurar por la fuerza. Y a sí lo hice.

Los días seguían su curso, daba igual si era domingo o viernes, la monotonía me atrapaba igual. Era como una puta a la que no le importaba el daño que causara, ella solo se preocupaba en joderme y yo como una borracha en seguir bebiendo, en seguir autodestruyéndome. Poco a poco no sentía ni padecía. Tenía los ojos más grises que de costumbre y la mirada cansada.
Hasta que admití que mi vida estaba en ruinas. Empecé a fumar más de lo normal solo para fundirme en mis pensamientos; sabía que me jodía la vida, pero quería tener otra razón prioritaria para el suicidio, otra razón que no fuera la misma de siempre.
Asumo las culpas por que sé que podría haber disminuido el dolor de la caída si lo hubiese querido a tiempo. Pero no. Me tiré de cabeza, y sin cabeza. Pensé que cruzar esa línea significaría el fin de mi conciencia. Días vividos en ese purgatorio y sentimiento de culpa por haber perdido el rumbo.

Y entonces comprendí bien aquella frase de Charles Chaplin,: ‘’Ríe y el mundo entero reirá contigo, llora y el mundo entero te dará la espalda’’. Hacía ver a los demás que estaba rota, que daba todo por unos labios que me curaran del duro frío del invierno, pero, no. Nada. El mundo seguía exactamente igual y las personas que lo habitaban seguían su respectivo camino hacia la felicidad. Amanecía, hacía sol; anochecía, se perdía el sol. No había cambiado absolutamente nada en aproximadamente esas 9528 horas desde que todo comenzó. Recuerdo que la soledad me dio de hostias y me hizo ver que tenía que tomar medidas, que tenía que tomar distancia y apartarme del pasado. Lo único en lo que me podía refugiar, mis recuerdos… Tenía que apartarme de ellos y empezar a construir un nuevo futuro con otra clase de ladrillos. Aunque el problema era que no podía, o que no quería, aún no lo sé.
 Empecé aclarando que no sé decir ‘’no’’, o que por lo menos, no sabía. Aprendí como se aprende todo en la vida; fingiendo sonrisas, fingiendo ser fuerte, y dejando de intentar dar pena, aunque las noches se compusieran de humo en modo ‘’sumaka’’ y lágrimas en modo almohada.

Mi corazón explotó. El mundo decidió rematarme  haciendo todo lo contrario a lo que me proponía. Por ejemplo, si un día quería estar bien, las circunstancias me arrebataban la sonrisa. Caminar se convirtió en estancarse en el mismo puto punto de siempre. En otras palabras era dar un paso hacia delante y dos hacia atrás.  No os imagináis la manera en la que extrañaba la libertad...

Y tuve que negarme a esa puta rutina. Tuve que marcar otro rumbo, aunque esta vez había comprendido que me costaría más tiempo del que imaginaba. Tuve que dar la espalda a esos ojos fijos y tan puto dolorosos. Tuve que borrar el pasado, soltarme de su mano, perderme y no querer volver a verle nunca más. Por supuesto, estaba rota. Fingía ser feliz cada día, en el instituto, en mi casa, con mis padres, con mis amigos, pero cada noche se basaba en un pensamiento constante: ‘’un día más es un día menos’’. Ya no sabía si quiera lo que esperaba, ¿un día menos para qué?, ¿para la felicidad?... El caso era que necesitaba soluciones, de donde fueran.
[…]

Y comprendí que tus labios eran una condena, que tu pelo negro era como una noche sin estrellas, que tus ojos eran un espejo donde podía ver reflejado mi dolor y tu nombre, antagonismo de olvido.
Es irónico, que cuando por fin después de tanto dolor y de dejar de pensar tanto en lo mismo fuese cuando un rayito de sol alumbrara la cueva de la vergüenza en la que me había refugiado tanto tiempo. No lo esperaba, justo cuando había dejado de buscar… Lo que sí que recuerdo es que fue un cuatro, a lo mejor martes. La luz iluminó una caja en la que con letras marrones estaba escrito: ‘’memories’’. Quizás eran los últimos recuerdos que quedaban del pasado. Me habría gustado tenerte en frente en ese momento para recordarte lo rápido que pasa el tiempo y para que te dieras cuenta de como han cambiado las cosas, pero no era posible. Junto a la caja también había un mechero. Preferí quemar las fotos que se hallaban  a guardarlas y que pasaran tal vez unos tres o cuatro años hasta que las volviera a encontrar.

 Al quemar la última foto me vino un momento de lucidez:
Me di cuenta de que no había sido culpa tuya, para nada, sino más bien mía, que cuando tuve miedo solo fue por miedo a lo desconocido, por miedo a la derrota y que ese mismo miedo fue el que me hizo perder lo que más quería. Y que si algún día el futuro quisiera que nos volviéramos a encontrar, sé que solo sería para pedirte perdón y sobre todo para perdonarme a mi misma.

Cuando las cenizas hubieron desaparecido… lo entendí: El futuro había comenzado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario